jueves, mayo 04, 2006

Marcelo Bordese / La cura por el arte

Por Jorge Garnica

Una relación de presencia directa caracteriza al arte contemporáneo, teniendo al artista –en situación ideal- como único legitimador de su hacer.
Y si tenemos en cuenta, que no existe posibilidad de discurso en solitario, dado que toda posición estética no es hermética sino que pertenece al ámbito de lo pensable, podemos concluir que observar la realidad con criterio esperanzador no sería una ingenuidad por parte de los artistas. Sería un devenir ético, para una aplicación superadora de posiciones solipsistas que tanto caracteriza mucho de lo que vemos en las exhibiciones de arte contemporáneo por esta parte del país.

Si nos remitimos a establecer relaciones de signo entre extremos conmensurables encontraremos sosiego para nuestras inquietudes existenciales. Producir arte u objetos que documenten nuestros interrogantes sobre nuestro destino y origen, puede aportar a nuestras vidas un dinamismo que nos haga más tolerable lo ordinario de la cotidianeidad.

El arte del siglo XX se ha caracterizado por la desmesura experimental y la apropiación de aquellos legados a manos del sistema de consumo, en cualquier sociedad de corte capitalista. Sobre cada letra escrita, sobre cada objeto creado, se ha volcado la lógica del mercantilismo atrapando con sus pseudópodos todo aquello que le dé prestigio, y si el artista o intelectual ha sufrido en vida, mejor.
Hoy el arte contemporáneo de estás latitudes exhibe su melancolía tratando de demostrar que es “tan bueno” como el de otra parte del planeta, además de llevar la carga de una subvaluación en términos de cotización comercial.
La melancolía es un estado complejo, que nutre al escepticismo con su consecuencia lógica: el desencanto. El arte es producción humana y en tanto registro de una cultura tiene el lugar que se gana en los escenarios internacionales y locales, pues va de la mano del reconocimiento que se le otorgue en su lugar originario, además de llevar la marca de su creador.

La proyección de cualquier utopía se hace impensable en estos tiempos,y es una nueva situación que debemos resignificar, ya que ahora nos encontramos frente a la posibilidad de construir nuestra propia verdad.

La palabra utopía encierra en su núcleo un germen de imposibilidad, así en el plano etimológico como en el pragmático evidencia su carga de frustración. Pero sí, es viable, darle cause a nuestra imaginación e inventar nuevos espacios de pensamiento, sometiendo a examen y análisis todo presupuesto teórico y vivencial.

A nuestro alrededor los paradigmas se caen y los íconos emancipatorios nutren las tiendas, los bazares y hasta la epidermis de los modelos publicitarios retratados por los bookers del mundo fashion. La religión no ha estado ajena a estos vaivenes y, la cristiana en particular, pues nunca deja de proporcionarnos posiciones controversiales y grotescas, a diario, minando su propia credibilidad.

Su líder, Juan Pablo II, y una legión de operadores religiosos a su alrededor, digitan los documentos que ponen en circulación, y, “a consideración” en el mundo occidental exhibiendo al Sumo Pontífice en sus últimos años de vida, de manera cruel, tan sólo para la justificación de acciones políticas. Pedidos de clemencia para los pueblos oprimidos -siempre extemporáneos- y condenas a las libertades individuales, es corrientemente lo que nos llega como aporte desde esa parte del Viejo Mundo, la que alberga la Santa Sede.


Nos guste o no, el mundo se ha globalizado, y con esta nueva realidad también encontramos que el pensamiento único se encuentra confrontado a posiciones críticas cada vez más esclarecedoras atentando contra las posiciones oscurantistas El anacronismo religioso recibe un duro golpe, ya que el avance de la razón dejará en claro que es difícil sostener tales paradigmas obsoletos; habrá más explicaciones lógicas para sostener un argumento en contra de una posición dogmática, que argumentaciones válidas para defender el sentido de una creencia. El refugio de la verdad revelada no parece ser satisfactorio en estos tiempos. El “porque sí” es útil para un artista, excepto para aquellos que intenten explicar una creencia religiosa; hoy la fe es analizada por el campo intelectual con rigor a la vez que con respeto, ya que también representa la sensibilidad de millones de seres humanos.

No podría comenzar a referirme a la obra de Marcelo Bordese, sin expresar mi mirada de asombro frente a lo que podría presentarse como una producción anacrónica; y que en realidad no lo es. No lo es ya que Marcelo vive y está aquí entre nosotros, se cruza a nuestro paso en cualquier exposición y está junto a nuestra vida como cualquier amigo que encontramos en un supermercado o en una feria de arte. El está entre nosotros, es un artista argentino y pinta obras religiosas referidas a Cristo y a los sexos; los sexos reales; que son la preocupación de los moralistas, los santurrones y los políticos enmascarados.

¿Por qué Marcelo se dedica a estos temas negados y ocultos por todo sistema? Y al preguntármelo me surge una respuesta sencilla: para subvertirlos con su mirada de pintor, que no exorciza monstruos, sino que concilia fuerzas discursivas propias, a veces intolerables, confrontándolas con una otredad que viola su ser y también, si nos exigimos en análisis; el nuestro.

En su adolescencia fue seminarista de una congregación franciscana croata, donde, lejos de persuadirlo para que desista de sus impulsos creadores, lo estimularon a que dé rienda suelta a sus delirios creativos, algunos de sus pares se constituyeron en sus primeros coleccionista para luego diseminar sus obras en distintas colecciones europeas. Más tarde continuaría su vocación en el colegio de Jesuitas de San Miguel, para orientarse más firmemente hacia un humanismo universal, característico de esa congregación.
Siempre ligado a un afán investigativo, riguroso, alternó su indagación entre escritos canónicos diseñados para la divulgación de la doctrina cristiana y otros profanos que sus compañeros le proporcionaban. Analizó la obra pictórica de los clásicos y las cotejó con escritos de ensayistas exégetas de la iconografía pagana antigua; finalmente optará por su propio relato: una malversación feliz de los tópicos que constituyeron su formación judeocristiana.

Tan pronto se liberó de los condicionamientos que conlleva el aprendizaje del oficio de pintor Marcelo Bordese se revela en sus trabajos como un erotómano de lo sagrado, concentrándose en un proceso creativo, desmitificador y subversivo de los estereotipos icónicos que la iglesia despliega para seducir y condicionar a sus fieles. Milenios de narrativa oral y escrita alimentan el imaginario religioso y que tiene en ese libro fabuloso llamado Biblia su código de control de millones de almas en el mundo. Es una tecnología desplegada a lo largo de milenios.

Pero sería ingenuo pensar que no nos alcanza por declararnos ateos o agnósticos; no, su poder y protagonismo cultural es vastísimo, y aunque arcaico en su concepción y dinámica discursiva, gobierna los modos de relaciones sociales en Latinoamérica.
Por vía directa o introyectado por el modelo moral imperante, los actos menos sospechados de nuestra vida, están bajo este signo. La entrega, “dar hasta que duela” -recuerdo estas palabras de la boca de un diácono-, el olvido de sí mismo, la negación tanática del cuerpo, el permanente protagonismo del sacrificio, tienen como desenlace la culpa, así como la pérdida del erotismo, fragmentando al alma y su materialidad física; el cuerpo. En esto se funda y sostiene este poder casi omnímodo que crea dependencia entre el espíritu de sus adeptos y la institución normativa que los rige: la Iglesia. Dependencia y sumisión que dará como resultado almas controladas; “Siervos de Dios” que ostentarán como emblema unificador un intrumento de tortura, eso es la cruz.

Pero si nuestro cuerpo siempre nos demanda, cómo escucharlo, si a la hora de tenerlo en cuenta lo sentimos constreñido, maniatado, demonizado, sujeto con palabras; aun en el siglo XXI.
Y es aquí que Bordese opera con ironía y juego de artista, sus pinturas son testimonio de su rebelación, arremete contra las imágenes sagradas cotejándolas con Walt Disney (Padre del comic animado que basó su éxito artístico sobre la supresión de sus colaboradores, ya que lo único que iba a impotar sería su empresa, la de ÉL )-poniéndolas en tensión y diálogo con los transgresores más conspicuos del arte moderno, como Francis Bacon o inventando instrumentos imposibles para eventuales usos inquisitivos. Su pintura transita la ironía, tamizada por su experiencia de seminarista y el conocimiento profundo de la retórica del discurso religioso.

En los últimos años sus obras no han variado de tópico, sino que presentan un endurecimiento temático que revelan el depuramiento semiótico-inconsciente que se produce con el correr de los años en el trabajo de este pintor. Su muestra del año 2002 en el espacio alternativo Plastilina Vera, será un hito en su vida artística ya que allí exhibió por primera vez su serie de pinturas “Vampiros genitales”. Estas obras de factura elaborada, enmarcadas a la usanza decimonónica y de aspecto museístico, mostraban con crudeza sexos, en su mayoría femeninos, que se entrelazaban con osamentas y elementos de la liturgia católica. Toda esta producción es una parodia liberadora, pues se manifiesta como clásica y en su esencia no deja de mostrarse como un juego caprichoso de artista que el condujo con equilibrio hasta los límites de la posibilidad de la representación eróticas, casi blasfémico.
El recurso estilístico, en apariencia “clásico”es, sin embargo, de carácter contemporáneo, cercano al de las ilustraciones de textos antiguos y a las obras que pueblan los pasillos de las sacristías. Marcelo Bordese es un artista moderno y sus operaciones estéticas son ejercicios estéticos próximos a los carriles de la posmodernidad, si esto es posible por estas latitudes.

Sus últimas obras aun no han sido expuestas, pero en una charla nos habla sobre ellas, da algunas pistas sobre el giro que como estrategia creativa lleva adelante, y también confiesa alguno de los títulos (nexos literarios) de sus cuadros, “Cisnes eucarísticos”, “cisnes sifilíticos”, “Iconos leprosos”, “Pánico infantil” y serie “Mongolia” . Sumados a otros de la década del ´90 tales como: “Máquina para descrucificar”, “El Cristo buzo”, “Siameses” y “Anguila con crucifijo”, nos ayudan a comprender con claridad el perfil de su posición frente a la religión que lo contiene.

Buenos Aires, Julio de 2004

No hay comentarios.:

twitter

Follow me on twitter.

Get your twitter mosaic here.