jueves, enero 11, 2007

actitud Buenos Aires ¿Lustrar el Colón para que su brillo encandile otros descuidos?



Sábado a la tarde de uno de los veranos porteños más calurosos. Paseaba por mi viejo barrio palermitano hollywoodense. Miraba con cierta perplejidad los nuevos emprendimientos inmobiliarios de la zona, las dos tremendas torres de Nicaragüa y JB Justo... los Quartiers... otro de fachada de frío acero y vidrio... algunos bastantes feos por cierto y solo unos poquísimos en armonía con el barrio. Buenos negocios, pensé. Me sentí mal, triste, creo que los psi lo llaman angustia. ¿Qué le pasará a las lindas casonas que no son compradas por restauranteurs?... ¿cómo se puede defender la identidad de un barrio?... no quisiera perder a mi Palermo Viejo, tampoco Barracas, ni San Telmo, ni La Boca. ¿Acaso esos lindos edificios añosos no son parte de nuestro patrimonio cultural? me gusta que Buenos Aires se vea como Buenos Aires. Ya en Oui Oui, borracha de limonada, una nota en Página 12 sobre el Plan Participativo de Recuperación y Puesta en Valor del Patrimonio de La Plata, me devolvió la esperanza:

Una lección en La Plata

La capital bonaerense acaba de catalogar por decreto casi dos mil edificios, un caso único en el país. No sólo no hubo una crisis inmobiliaria, sino que el sector vive un boom nunca visto. Un ejemplo de valentía política para salvar el patrimonio edificado.
Por Sergio Kiernan


Cuando se habla de preservar el patrimonio de una ciudad, enseguida aparece uno que dice “¡no se puede congelar una ciudad!”. A veces, el pajarón dice “museificar”, pero siempre pone una cara entre enojado, pedante y preocupado. Nueve de cada diez veces, el pajarón es también un arquitecto, clase que suele tener el vicio profesional de ver en cada casa antigüita un lote mal ocupado, un espacio usurpado donde debería estar esa creación que él ya tiene pensada, un hermoso edificio de nueve pisos con balcones al frente.

Estos pajarones –que también suelen ser funcionarios municipales– actúan con una sabrosa mezcla de ignorancia y mala fe, difícil de digerir. Por un lado, dicen una tontera: ¿cómo transformar en museo una ciudad del tamaño de Buenos Aires, anárquica e interminable? No hubo ni habrá autoridad municipal o autónoma capaz de mantenerla limpia un fin de semana, mirá si la van a museificar...

Como el pajarón bien sabe, cuando se habla de poner un freno drástico a la destrucción del patrimonio se trata de proteger con firmeza sólo una clase de edificios que representa una minoría de lo que existe en nuestra ciudad, en todas las ciudades del país. Y ni siquiera se busca “congelar” a la clase entera, sino a una parte.

Ahí viene la mala fe, el espíritu corporativo que hace que hasta arquitectos solidarios y partidarios de las soluciones consensuadas, enemigos del individualismo liberal, se transformen en leones que protegen el sacro derecho de la propiedad privada, y el más sacro de demolerla. Ayuda a que los arquitectos de últimas trabajen para constructoras, empresas más vale grandotas a las que les gustan poco y nada los límites. Si alguien lo duda, pregúntenle a Mauricio Macri.

Esto tal vez explique la extremada timidez de las autoridades porteñas, capaces de lustrar hasta que brille el Colón y de poner hasta plata propia para restaurar la Avenida de Mayo, con tal de que no se les hable de encarar una ley en serio que detenga la demolición sistemática. Dependiendo del funcionario, se ponen lívidos y empiezan a hablar de la “ciudad viva”, que viene a ser “un organismo que se renueva”, o ponen esa cara de tía vieja cuando escucha hablar de la utopía: “Sí, sería deseable, pero es imposible”...

Bien vale leer la nota completa: http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/m2/10-1113-2007-01-11.html
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